Un aguijón helado le atravesaba la nuca y aunque no tenía idea de qué le acuciaba, continuó corriendo por la calle desierta. Era noche cerrada y las farolas arrojaban pequeñas manchas de luz macilenta sobre la acera convirtiendo el entorno en un oscuro páramo urbano de reflejos y sombras. No veía dónde ponía los pies, ni siquiera los distinguía.
La niebla, espesa y húmeda, se elevaba desde las alcantarillas para extenderse sobre el pavimento como un manto opresivo y traicionero. Espectros de ultratumba que, en jirones deshilachados, ascendían por sus piernas hasta enroscársele en las muñecas y los brazos. Eran casi corpóreos. Tanto que, si se detenía, serían capaces de engullirla.
El silencio era asfixiante. Ni siquiera el viento que zarandeaba las hojas de los árboles hacía el más mínimo ruido. Apenas podía respirar y empezaba a cansarse a consecuencia de la hiperventilación, pero no podía detenerse. No debía.
En un alarde de valor que ni siquiera sentía, miró hacia atrás por encima del hombro sin disminuir la velocidad de las zancadas. No vio a nadie, pero sabía que alguien o algo la perseguía. Forzó todos los sentidos. Debería poder escuchar las rítmicas pisadas que le iban a la zaga, pero no lo consiguió. No obstante, su cuerpo sabía que cada vez estaban más cerca. Lo sentía en el alma. Aquello era como intentar escapar de un tsunami monstruoso con la simple potencia de la velocidad de las piernas; imposible. Tal vez lo mejor era dejar que, de una vez por todas, la arrollara.
Giró en la siguiente esquina.
Ya no había calles. El suelo se había convertido en un lecho esponjoso de tierra húmeda y agujas de pino. No escuchaba el crujir de las ramas a su paso, pero la pinaza se colaba por las perneras de los pantalones y le picoteaba las pantorrillas como polluelos hambrientos. A su alrededor, las lóbregas fachadas de los edificios habían sido sustituidas por árboles de aspecto tétrico, similares a los de los cuentos infantiles de hadas y dragones.
Era absurdo continuar de ese modo, por mucho que lo intentara no iba a llegar a ninguna parte. Sabía que era un sueño; el mismo sueño de todas las noches. Los escenarios cambiaban, la situación variaba, pero las sensaciones eran siempre las mismas.
Disminuyó la velocidad de la marcha. Tenía miedo, pero la razón era más fuerte. No podría escapar hasta que todo acabara y estaba segura que, también como siempre, en un momento dado todo terminaría.
Ralentizó la carrera hasta convertirla en un paso rápido y, poco a poco, consiguió detenerse al llegar a un pequeño claro en lo más profundo del bosque. El viento también se detuvo; ya no sentía el acicate de las ráfagas heladas.
Giró sobre sus piernas tambaleantes, con los brazos abiertos en un movimiento torpe y descompasado, buscando la mortal amenaza. Por fin se quedó inmóvil, sólo sus ojos seguían buscando alrededor con el desafío retratado en las pupilas. No lo soportaba más. Quería que lo que fuera que la perseguía la alcanzara por fin; necesitaba que la cazara. E iba a hacerlo. Ya. De inmediato.
La niebla se elevó hasta desaparecer entre las copas de los árboles y todo quedó nítido y, a la vez, oscuro como la boca de un lobo. Aún así, podía distinguir las imágenes en sombras de cuanto había a su alrededor a pesar de no haber luna ni luz artificial.
«Cosas de los sueños», pensó.
«¡Adelante, bicho, ven a por mí!», desafió a la amenaza intangible.
Pero la voz no le alcanzó los oídos, no podía hablar, aunque estaba segura de que el ente que la acechaba podía escucharla.
Y lo hizo.
Un gruñido sordo surgió de la espesura y unos ojos rojos brillaron en la oscuridad en el mismo punto donde el sonido rompía el silencio. Era un ruido ya conocido y sabía que dos largos colmillos amarillentos emergerían resplandecientes de una cara de rasgos distorsionados a medida que se aproximara a su cuerpo, ahora inmovilizado por el pánico.
Porque ahora sí tenía miedo por mucho que hubiera deseado que llegara el momento.
Y otro gañido sonó a su espalda.
«Oh, una nueva variante…»
Hasta esa noche y desde su más tierna infancia, un único ser maligno le había atacado cada vez. Su rostro deforme cambiaba, sus amenazas eran distintas, pero elmodus operandi era siempre el mismo.
«¿Y dónde estaba ahora aquella fuerza benigna que la apartaba de las terribles fauces que se cernían sobre su yugular? »
Esta vez eran muchos. Cuando la alcanzaran se precipitarían sobre ella jadeantes y listos para aplacar la sed. Ninguna fuerza, humana o sobrehumana, podría salvarla.
Dio un paso hacia atrás justo en el momento en que una mano surgió entre el follaje, a su espalda, apresándola con fuerza del hombro y haciendo que trastabillase. Todavía no había hablado, pero sabía que era aquél al que esperaba. Su salvador.
Él la hizo girar y, tirando de su mano, la obligó a internarse en el bosque para retomar la loca carrera en dirección contraria.
Se dejó arrastrar por aquella fuerza sobrenatural hasta que casi no rozó la tierra con los pies. Tropezó dos veces y se habría caído si no hubiera sido por el firme agarre de esos dedos cálidos enlazados a los suyos. Pero... ¿no estaba cometiendo una imprudencia?
Recordaba el último episodio. Nunca había sido capaz de distinguir sus facciones pero, por fin en aquella ocasión, había conseguido encararle. Sólo resultó ser una mancha borrosa y, cuando por fin pasó el peligro, él entreabrió la boca en una ancha sonrisa pero… ¡Oh, no! La blanca dentadura que aquel día había vislumbrado por primera vez, empezó de pronto a tomar la forma de unos colmillos, dos pequeñas dagas de más de dos centímetros de longitud.
«¡Suéltame!», quiso gritarle ahora, aterrada por el recuerdo; pero su voz no alcanzó las cuerdas vocales. Tiró con fuerza de la mano y el agarre se volvió más firme. Él no iba a soltarla.
El sonido de los gruñidos de los seres de ojos rojos se hizo cada vez más distante. Finalmente sólo se escuchó el silencio. El peligro había pasado.
«O tal vez, no.»
El hombre que la arrastraba dejó de correr y se apoyó contra un árbol, atrayéndola hacia su pecho en un abrazo protector.
Ella no quería levantar la mirada; así se sentía segura, arropada en unos brazos tibios que le caldeaban el alma y la sangre. Sabía que si le buscaba la cara vería sus relucientes colmillos. No, no quería hacerlo, pero una fuerza invisible la obligaba a ello.
Sintió el corazón palpitando a un ritmo frenético y reconoció que no era producto de la carrera. Tenía miedo pero la curiosidad era más fuerte. Por fin sucumbió al deseo de saber y obtuvo lo que buscaba. Aquellos estiletes marfileños asomaban entre los carnosos labios que en una ocasión soñó besar, enmarcados por una sonrisa sardónica. El pavor amenazaba con ahogarla.
Quiso gritar, pero seguía sin poder hacerlo. Boqueaba como un pez fuera del agua, y buscó los omnipresentes ojos rojos de los vampiros, aún a sabiendas de que, como siempre, encontraría unas cuencas vacías cubiertas de espesa niebla.
La sorpresa estuvo a punto de provocar que el corazón se le parara para siempre. Esta noche no había bruma. Unos ojos que ella conocía de sobra la miraban con intensidad bajo las arqueadas cejas.
Y necesitaba chillar. Quería romper el silencio con un desgarrador grito que la despertara por fin. Necesitaba abandonar el sueño, pero éste la tenía atrapada.
O, ¿acaso no era un sueño?
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JJ Campagnuolo28 de octubre de 2011, 18:54
Muy buen relato... felicidades... Esta noche no duermo :-O
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Isabel Keats28 de octubre de 2011, 19:13
Una atmósfera amenazante y luego la duda, ¿es o no un sueño? Se me pone la carne de gallina.
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Nia28 de octubre de 2011, 19:13
He llegado por aquí a través del facebook (vi que Laura Nuño publicó el enlace) y bueno, encantada de conocer tus letras ^^ Me ha motivado mucho tu descripción de perfil, sobretodo por eso que dices que dejaste a un lado el trabajo en los medios para dedicarte a lo que realmente te gusta... Supongo que aunque ahora trabajo en algo que me gusta, algún día podré decir que realmente me llena... En fin, me alegro que haya gente que lo consiga (sea escribiendo, cantando, bailando o viviendo de ermitaño ajajaj). Un placer leer tu relato Lucía! ^^
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Verónica Marsá28 de octubre de 2011, 22:03
A dormir, a callar, mira niña que viene el coco y te va a llevar... Porque el coco es un gigante con la cola de león, los ojitos encendidos y la boca de dragón. A dormir.... Shhhhh! A ver quién es el guapo que duerme hoy después de leeros. Un besito y un café con tarta por ser la primera visita. BU!
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María Elena28 de octubre de 2011, 22:33
Después de esto toca dormir con la luz encendida!! Esos ojos rojos, dagas blancas... sin duda pone la carne de gallina pero incita a seguir leyendo... pero ¿al final un sueño? lo dicho esta noche la luz no se apaga.
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Lola y Mari Carmen Polo29 de octubre de 2011, 12:27
Espero no tener sueños como estos, o no saldré de él Un abrazo Lola
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Olivia Ardey29 de octubre de 2011, 14:04
¡¡¡Pone los pelos de punta!!! Y me ha encantado porque es muy cinematográfico, tal como lo leía era como si viese una peli. Estupendo, Lucía.
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Neogeminis29 de octubre de 2011, 16:02
Bueno, aunque hubiese sido horripilante por lo menos aquel ser la protegía...por el momento al menos! jejejeje Saludos de halloblogween!
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Maribel29 de octubre de 2011, 17:42
¡Cuánta tensión! Muy bien dosificada a lo largo del relato. El corazón me va a doscientos. Un saludo.
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San29 de octubre de 2011, 19:27
No puede una fiarse ni de los ojos que tan bien conoce por si acaso nos muerde. Que horrible pesadilla. Un abrazo.
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areira29 de octubre de 2011, 20:15
Una historia cargada de misterio, con una atmósfera oscura, un tanto desasosegante. Pero muy bien narrada. Solo que el final no te tranquiliza en absoluto. Lydia Leyte
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Yolanda Quiralte29 de octubre de 2011, 22:18
¡¡LA leche qué susto!! Geniallllllllll
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Bela Marbel30 de octubre de 2011, 20:55
Ah no, estoy enfadada, no me conformo con esto lo quiero enterito entero que me encaaaanta, y quienes son los seres de ojos rojos, y por qué conoce al vampiro y... y... lo quieeeeeero.
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Carmen Andújar30 de octubre de 2011, 22:40
A veces los sueños son tan reales que nos provocan alteraciones en nuestro ser. Supongo que es lo que le pasa a tu personaje. Lo malo es que el mismo sueño se repita muy a menudo.. Has trasmitido muy bien la sensación de angustia. Un saludo
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Alicia Uriarte30 de octubre de 2011, 23:42
Ahora mismo voy a llamar a mi marido para que me coja de la mano y me acompañe a la cama no vaya a ser que me lleve algún susto por el pasillo ¡Ufff!Qué angustia. Me ha gustado mucho el ritmo que va cogiendo el relato. Vamos que al leer se me agolpaban las palabras. Saludos.
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menchu31 de octubre de 2011, 1:42
¡Qué sensación de agobio me he dado! Estupendo Lucía, no me has dejado respirar con tranquilidad ni al final.
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Pepe31 de octubre de 2011, 1:48
Has logrado con tu relato crear una atmósfera agobiante, angustiante, inquietante, alucinante y terrorífica. Por poner una nota de humor que relaje algo la tensión, la protagonista de tu historia sale de Matamala para caer en Matapeor Me he deleitado con la lectura del mismo. Un abrazo.
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Luis Bernardo Rodríguez31 de octubre de 2011, 2:42
Inquietante para perder el sueño!! Saludos desde Uruguay
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Mamen (LadySith)31 de octubre de 2011, 15:36
Joer... ¡que miedo me ha dao, Lu! Menos mal que lo estoy leyendo de día....
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Ceci31 de octubre de 2011, 17:15
Ayy! pero que sensación de impotencia me inunda. Querre despertar y que la pesadilla no te abandone! Muy buen clima opresivo, vertiginoso en verdad Lucia. Un placer leerte. Besos
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Lucía de Vicente31 de octubre de 2011, 20:52
Muchas gracias a todos por vuestros elogios, chicos. Me alegra saber que he sabido traansmitiros esa atmósfera Halloweenense que buscamos en estas fechas. Un beso, Lu
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Juan Carlos31 de octubre de 2011, 22:23
Vale, eso de que el salvador sea un monstruo, pero menos resulta inquietantemente perverso. Buena historia, Lucía. Saludos.
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Noelia Amarillo31 de octubre de 2011, 22:26
Ufff, tremendo, Lucia.
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Cris31 de octubre de 2011, 23:37
Hola, miedo!!!....tengo miedo!!!!!!! besis raistlina
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Teresa Cameselle1 de noviembre de 2011, 10:19
He visto las calles oscuras, y la niebla enroscándose en mis pies, el bosque tenebroso y los ojos rojos de los perseguidores. Y esa mano cálida sujetándome, prometiéndome la salvación, para luego arrojarme al abismo. Un lujo de relato, Lucía, me ha encantado. Gracias por participar ¡
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Leonor Montañés Beltrán1 de noviembre de 2011, 17:55
Qué mal se pasa en los sueños en los que quieres huir pero no avanzas. Al final deseas que todo acabe aunque sea en brazos del maligno. Un beso.
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don vito andolina1 de noviembre de 2011, 18:59
Hola,preciosas letras van desnudando pausadamente la integral y pura belleza de este blog, si te va la palabra elegida, la poesía, te invito al mio,será un placer,es http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/ gracias, buen día, besos anómalos...
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rosa_desastre1 de noviembre de 2011, 20:53
Cuesta respirar mientras se lee con avidez tu relato. Esa era la idea, ponernos en tension. lo lograste. Un beso
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Ana R. Vivo1 de noviembre de 2011, 22:38
Uffff, miedo me da salir ahora a la calle. Realmente, escalofriante, Lucía. Un beso, Ana.
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Chus Nevado2 de noviembre de 2011, 11:54
Un relato muy intenso, que te mantiene en tensión hasta el final. Y después, el delgado hilo que separa los sueños de la realidad. ¡Fantástico, Lucía!
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Gema Samaro2 de noviembre de 2011, 23:13
Es angustiosamente bueno!!! Se lee de principio a fin con el corazón encogido, en un permanente aaaay, y luego ese final de pesadilla, agónico. Muchas gracias por atraparnos con tus sueños, Lu!!!!!
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Liwk2 de noviembre de 2011, 23:32
La fascinación que despiertan los vampiros, los verdaderos vampiros, es tan seductora como aterradora. Me ha gustado mucho la descripción del relato, arma muy bien tanto la atmósfera como el ritmo del relato. Un abrazo.
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