Por fin llegó el «gran día» y mi visita a la Embajada de Kenya dejó de ser una ilusión para convertirse en un hecho consumado. La experiencia, como ocurre siempre en estos casos, me sobrepasó con la fuerza de un maremoto, arrasando todo lo que encontraba a su paso para dejarme confundida y agotada.
Es por eso que he preferido dejar correr unas horas antes de contaros cómo me fue, aunque todo puede resumirse en una única palabra: «Maravilloso».
La cita era a las once de la mañana, una hora más que prudente, pero a las siete ya estaba en pie con más nervios que el día de mi boda (en el que, por cierto, me dormí).
De entrada, la noche anterior a mi impresora se le ocurrió quedarse sin tinta a las dos de la madrugada, así que tuve que salir corriendo a una tienda de fotocopias para imprimir la Memoria que tenía que presentar esa mañana al embajador. Mi hijo remoloneaba más que ningún día antes de ir al colegio. A mi marido —que por supuesto me acompañó— le pilló un atasco de película después de dejar al niño cumpliendo con sus obligaciones estudiantiles… En fin, ya se sabe, esas cosas que ocurren siempre en momentos de tensión; la tormenta que precede a la calma.
Y por fin estábamos allí, a las once menos cuarto, puntuales como un reloj suizo, para reencontrarnos con mi amigo Guaylupo; tan encantador como siempre, y para el que no me quedan ya palabras de agradecimiento por su labor como «introductor». El mismo Eduardo de siempre, parecía como si estos seis años que llevábamos sin vernos no hubieran pasado por él.
En la Embajada nos esperaban, así que no tuvimos que decir ni quiénes éramos. Y al cabo de unos escasísimos minutos protocolarios, don Bramwel W. Kisuya, embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Kenya en España, nos recibía a la puerta de su despacho con una nívea sonrisa dibujada en la cara.
Altísimo, grande, casi apabullante en su corpulencia; sensación que rápidamente fue mitigada por esa afabilidad carismática y acogedora de los kenianos, que los hace ser tan maravillosos como os cuento en mi novela.
La traductora, porque el señor embajador no habla castellano —aunque lo entiende—, se empeñó con profesionalidad en traducir cada una de sus palabras de bienvenida y las mías de agradecimiento por el honor que me dedicaba.
Luego nos invitó a tomar asiento en una agradable zona de estar del despacho, nada tan frío como un escritorio por medio, por supuesto. Y, lo primero que me dice, dejándome casi tan emocionada que las palabras no abandonaban mi garganta, es que aunque él no se ha leído todavía mi libro (claro, no habla castellano, no lo olvidemos), ha recibido un extenso informe sobre él en el que le han facilitado unas excelentes referencias de mi novela; al parecer, según sus analistas, en la misma describo una Kenya muy realista.
Ni que decir tiene que yo, además de alucinar a colores, casi padezco allí mismo una lipotimia por subida de orgullo…
Más tarde se interesó por cómo había llegado a tal conocimiento de su país solo con años de estudio. Al parecer eso extraña a todo el mundo, pero, tal y como le dije a él, es solo el fruto del amor platónico hacia algo con lo que sueñas y en lo que te empapas convirtiéndolo en algo tuyo.
Su siguiente pregunta me descolocó por completo: «¿Qué espera de la Embajada para ayudarle con respecto a su libro?»
Aquí debería de poner ese emoticono al que se le salen los ojos y la mandíbula se le desencaja por la sorpresa. ¿Que qué espero? ¡Nadaaaaa!
«Yo no espero nada, señor embajador —respondí con cara de emoticono antes mencionado—. Mi única pretensión es hacer llegar al keniano más importante del mundo afincado en mi país la opinión que una española tiene de Kenya. Hacerle partícipe de ese amor que dispensa a su tierra una simple ciudadana de la otra punta del globo que ha tenido la osadía de plasmarlo en las páginas de un libro. Unos sentimientos que me gustaría hacer llegar a todos los kenianos que viven en España y, ya en el colmo de la fantasía, también a los que quedan en África».
Y allí, al amparo de un oscuro té keniano con leche, con el que el señor Kisuya tuvo a bien homenajearnos, poco a poco fuimos desgranando los intríngulis del cómo a una autora romántica se le ocurre convertirse en la primera española que ambienta su novela en Kenya.
Porque sí, amigos, por extraño que parezca, al día de hoy a ningún autor se le ha ocurrido utilizar como escenario de sus tramas a este país. África da para mucho, sin embargo, el resto de escritores españoles han preferido situar sus aventuras africanas en países más o menos limítrofes, similares o distintos, pero jamás en Kenya. Ya, ya, estáis tan sorprendidos como yo… El europeo tiende a pensar que da igual cuál sea la zona elegida porque África es África, pero comparar Tanzania con Kenya produce el mismo efecto entre sus oriundos que a nosotros nos provoca un oriental cuando dice que Italia y España son iguales. ¿A que no?
Así que, esta elección mía, que no obedece a otros motivos que un amor desinteresado por un lugar mil veces soñado, ha hecho que reciba de este maravilloso país un montón de parabienes que jamás pensé que obtendría ni en la más atrevida de mis fantasías.
A partir de hoy hay proyectos, muchos, en los que gracias a los hados voy a contar con el apoyo de la Embajada de Kenya y el Ministerio de Asuntos Exteriores de este país, pero me vais a permitir que de momento los mantenga en un discreto secreto hasta que se materialicen porque, ya sabéis, soy un poquito supersticiosa y no quiero que se malogren.
Prometo que estaréis puntualmente informados según vayan cumpliéndose, eso sí. Solo deciros que incluso me conformaría con una tercera parte de lo que se ha hablado en esta reunión, porque conseguirlo me haría estar tan feliz y agraciada con mi destino que no tendría ni siquiera palabras para expresarlo.
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Amaya F.27 de abril de 2012, 15:55
¡Menuda experiencia! Enhorabuena.
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Laura Nuno27 de abril de 2012, 15:58
¡Enhorabuena, Lu! Te lo mereces. Y ya nos irás contando... si se puede, jajaja. Besines, y todo mi animo para ti. Lala
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Ana R. Vivo27 de abril de 2012, 15:58
OHHHHHHHHHHHHHH, que crónica tan bonita, Lucía. Y desde luego es para estar orgullosa y emocionada. Yo estaría saltando de alegría. Te felicito de nuevo y no olvides ponernos al corriente de todos tus proyectos cuando puedas, que los hados te respetarán. Un beso enorme, Ana
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Sheyla Drymon27 de abril de 2012, 16:04
Enhorabuena!! Me encantó la crónica, y no me extraña que estuvieses un poco nerviosa antes del encuentro. Me alegro muchísimo y sólo decirte que Cuando pase la tormenta bien lo merece Muchos besos
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Teresa Cameselle27 de abril de 2012, 16:29
Enhorabuena, Lucía, te lo mereces por tu gran trabajo y porque eres una profesional de las que hay pocas. Seguro que el señor embajador ha tomado buena nota de lo mucho que vales. Quedamos a la espera de esas noticias, con mucho interés. Un beso.
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Ana Iturgaiz27 de abril de 2012, 17:00
¡Qué envidia!! Disfruta de estos momentos que no se repiten. Vendrán otros, pero estos no. Estoy deseando saber qué proyectos son esos. Besos
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Semjase27 de abril de 2012, 17:06
Gracias por la excelente cronica Lu, tu libro es genial y muy bien ambientado, ya estas recogiendo los frutos por tu trabajo, te mando un beso :)
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LuZerna27 de abril de 2012, 18:23
Qué bueno!!! Me alegro de tu éxito, de que guste en la embajada tu libro (que es fantástico) y de que ese sea "el principio de una bonita amistad..." jajajaja Besos
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Elisabet27 de abril de 2012, 18:24
Enhorabuena, te lo mereces porque tu libro es genial y tú más. A las espera de más noticias, que ojalá se produzcan pronto. Un beso.
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Miss Ramsay27 de abril de 2012, 20:19
Que este sea el comienzo de algo GRANDE. Bicos
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werra29 de abril de 2012, 10:39
Estamos deseando que desveles esas noticias, pero seremos pacientes y las esperaremos con ilusión. Me alegro muchísimo de tu experiencia y mucha mucha suerte. Un besazo Lucia.
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